La línea de Wallace: la frontera invisible que los animales no se atreven a cruzar
No puede verse, pero su influencia en historia de la evolución es tan real, que hace que en islas separadas por apenas unos pocos kilómetros las especies animales que las habitan sean radicalmente diferentes y nunca hayan llegado a convivir.
Quienes viajen al archipiélago malayo, esa vasta zona que incluye miles de islas entre el continente asiático y Australia, podrán observar un hecho fascinante.
Mientras en la isla de Sulawesi aún pueden encontrarse ejemplares de canguro, en su vecina Borneo esto será misión imposible. Lo mismo sucede entre Java, tierra de rinocerontes, y Lombok, donde este gran mamífero no ha pisado nunca.
Si los aspectos físicos de estas islas son muy similares, ¿qué ha producido que en unas dominen las especies típicamente asiáticas, en otras las de origen australiano y que jamás hayan llegado a mezclarse?
Islas vecinas, especies diferentes
En sus exploraciones por Malasia para recolectar animales y plantas, entre 1854 y 1862, el naturalista británico Alfred Russel Wallace ya advirtió con sorpresa las marcadas diferencias existentes de la fauna de islas que estaban relativamente cerca unas de otras.
Al este, las especies tenían más en común con la fauna australiana, como marsupiales, roedores, cacatúas o aves del paraíso. En cambio, según se aproximaba al oeste, la fauna era similar a la del continente asiático, con elefantes, tigres y una gran variedad de mamíferos placentarios.
Esta clara división le llevó a investigar sobre los factores evolutivos y geológicos responsables de este curioso fenómeno.
Así, en 1859, propuso la frontera biogeográfica imaginaria que lleva su nombre, la línea de Wallace, y que sigue siendo un concepto fundamental en biogeografía para entender mejor la distribución de las especies en relación con las barreras geográficas y la historia evolutiva.
Un límite biogeográfico único
La línea de Wallace atraviesa Indonesia y pasa por el estrecho de Lombok (entre las islas de Bali y Lombok) y por el estrecho de Macasar (entre Borneo y Célebes).
La distancia entre estas dos últimas islas es pequeña, de apenas unos 35 kilómetros (22 millas). Pero, a pesar de su relativa cercanía, la fauna está perfectamente dividida por esta frontera imaginaria.
La explicación se encuentra en la historia geológica de la región, concretamente, en una sima submarina, de unos 100 km de longitud, que marca el punto donde chocan la placa tectónica de la Sonda con las del Mar de Banda y Timor.
A lo largo de la historia, esta fosa -también llamada de Wallace- ha impedido el libre paso de las especies mamíferas y ha permitido la evolución independiente del reino animal a ambos lados de la línea.
También de las aves, porque, sorprendentemente, este patrón ha sido seguido por especies avícolas, muchas de las cuales ni siquiera cruzan los tramos más cortos de mar abierto.
Y lo mismo sucede con los peces, que se han adaptado a las condiciones impuestas por determinadas (y fuertes) corrientes oceánicas, lo que dificulta su capacidad para desenvolverse y sobrevivir en las del lado opuesto a la línea y hace que también haya notables diferencias en este grupo de animales.
Barrera infranqueable
Durante los períodos glaciales, en el Cuaternario, hace más de 2,5 millones de años, el nivel del mar era mucho más bajo que el actual: hasta 120 metros por debajo.
En aquel momento, las plataformas continentales de Sunda (Asia) y Sahul (Australia) estaban conectadas a sus respectivos continentes, permitiendo que las especies animales se movieran libremente.
Sin embargo, incluso entonces, la profunda fosa oceánica -en algunos puntos alcanza los 10000 metros- que marca la línea de Wallace actuó como una barrera infranqueable para muchas especies, limitando su dispersión entre Asia y Australasia.
Esta diferenciación ha permitido entender mejor cómo las barreras geográficas, como los océanos profundos, influyen en la evolución y distribución de las especies.
A pesar de los avances científicos, la Línea de Wallace hoy sigue siendo un recordatorio de la complejidad de la naturaleza y de las fuerzas evolutivas que han dado forma al mundo que conocemos.