La falta de sueño nos hace menos felices y aumenta la ansiedad
La falta de sueño erosiona las emociones positivas y aumenta los niveles de ansiedad, según encuentra un nuevo estudio de investigación.
No son sólo nuestros niveles de energía los que se ven afectados después de una noche de sueño inquieto: nuestras emociones también se ven afectadas, según ha descubierto un nuevo estudio.
La extensa investigación, publicada por la Asociación Estadounidense de Psicología, analiza más de cinco décadas de datos y revela que la falta de sueño disminuye las emociones positivas, aumenta la ansiedad y podría dejarnos en una rutina emocional.
Los datos del estudio comprenden 154 estudios con un total de 5,715 participantes y examinaron el impacto de diversas alteraciones del sueño en el funcionamiento emocional. Ya fuera permanecer despierto durante períodos prolongados, dormir menos de lo habitual o despertarse con frecuencia durante la noche, los resultados fueron sorprendentemente similares: una caída notable en sentimientos como alegría, felicidad y satisfacción, junto con un aumento en los síntomas de ansiedad.
Importante para una sociedad hambrienta de sueño
La autora principal del estudio, Cara Palmer, de la Universidad Estatal de Montana, destacó cuán importantes son estos hallazgos, especialmente en nuestra sociedad que carece de sueño. Demostraron que incluso una pérdida menor de sueño, como permanecer despierto sólo una o dos horas después de nuestra hora habitual de acostarse, puede provocar un aumento de la ansiedad y una respuesta embotada a los estímulos emocionales.
Curiosamente, el estudio encontró evidencia menos consistente que vincula la falta de sueño con emociones negativas como tristeza, preocupación y estrés o con síntomas de depresión. Esto sugiere que, si bien nuestra capacidad para sentirnos bien puede verse afectada por la falta de sueño, no significa necesariamente que nos sentiremos más negativos.
Limitaciones y conclusiones
El estudio no está exento de limitaciones. La mayoría de los participantes eran adultos jóvenes, con una edad promedio de 23 años, lo que apunta a la necesidad de muestras de edades más diversas en futuras investigaciones. Comprender cómo la falta de sueño afecta a varios grupos de edad podría proporcionar una imagen más amplia de su impacto en la salud emocional.
De todos modos, las implicaciones de los hallazgos son bastante significativas, no sólo para los individuos sino para la salud pública en general. En un mundo donde más del 30 % de los adultos y hasta el 90 % de los adolescentes carecen de sueño, las industrias propensas a la pérdida de sueño deberían tomar nota.
Es posible que sectores como la atención médica, la aviación y el transporte deban reconsiderar las políticas para priorizar el sueño y protegerse contra los riesgos para el funcionamiento diurno y el bienestar general.
Los científicos esperan que estudios futuros exploren los efectos de las noches consecutivas sin dormir, por qué algunas personas son más susceptibles a estos efectos que otras y cómo las diferentes culturas experimentan la falta de sueño, especialmente porque la mayor parte de la investigación se realizó en los Estados Unidos y Europa.