Los cielos retratados por el paisajista noruego Dahl: logró inmortalizar una corona lunar en el siglo XIX
El pintor romántico noruego Johan Christian Claussen Dahl llevó a cabo bellos paisajes con cielos y nubes de bella factura. En este artículo descubriremos algunos de ellos.
La obra pictórica del paisajista noruego Johan Christian Claussen Dahl (1788-1857) no es muy conocida fuera de los círculos artísticos. Este pintor romántico, considerado “el padre de la pintura de paisajes noruega”, trasladó de manera magistral a los lienzos los elementos atmosféricos, en particular las nubes.
Natural de Bergen, llevó a cabo sus estudios de pintura en la Academia Real de Bellas Artes de Dinamarca, donde también estudió Caspar David Friedrich (1744-1840), máximo exponente de la pintura romántica alemana.
Los caminos de ambos pintores se juntaron en Dresde (Alemania), a orillas del Elba, donde cultivaron una profunda amistad, llegando a residir en el mismo edificio. La admiración entre ambos fue mutua. Para Friedrich, Dahl era el mejor retratista de cielos y las nubes, y le motivaron para empezar a interesarse por ellas e introducirlas en su pintura.
Las nubes y los majestuosos paisajes noruegos
A pesar de vivir gran parte de su vida fuera de Noruega, el apego que tuvo hacia su país y sus paisajes lo mantuvo toda su vida. No desaprovechó los distintos viajes que hizo a su Noruega natal para pintar parajes emblemáticos, en los que se combinan los espectaculares elementos del relieve (montañas, fiordos…) con los cielos y los aspectos cambiantes que brinda el paso del año, con unas diferencias que en los países nórdicos son particularmente acusadas entre el invierno y el verano. Su Vista sobre Hallingdal, que pintó en 1844, transmite fielmente la majestuosidad de ese gran valle situado en el este de Noruega.
En varios de sus cuadros, Dahl da muestras sobradas de su talento, eligiendo como motivo los cielos nocturnos con luz de luna, en el que no faltan las nubes. Entre esas obras destacan Vista de Dresde a la luz de la luna (1839) y Puerto de Copenhague a la luz de la luna (1846).
Si hay un cuadro en el que exprime al máximo su técnica pictórica y capacidad de observación del cielo, es el Estudio de nubes y paisaje con luz de luna, pintado en 1844, donde aparecer representada con gran realismo una aureola lunar.
Este fenómeno óptico atmosférico es debido a la difracción de la luz y surge en la corona que rodea en ocasiones al sol o la luna. Se trata de la zona luminosa más próxima al astro, de color casi blanco y muy brillante, rodeada por un anillo de tonalidad rojiza o castaña, tal y como pinta Dahl en el cuadro. Su diámetro angular alcanza como mucho los 10º y no hay que confundirla con el halo.
Los paisajes invernales tampoco faltan en la producción de Dahl. Encontramos un notable ejemplo en el cuadro Invierno en el Sognefjord, que el artista pintó en febrero de 1827, a raíz de un viaje que hizo por los imponentes fiordos de su país. La obra muestra una vista del fiordo Sognefjord una mañana de invierno. El paisaje está nevado, pero sin mucha nieve. Domina un cielo azul pálido, con algunas nubes tenues en lontananza, con tonalidades rosáceas.
En primer plano destaca un monolito conmemorativo de una batalla ocurrida en aquel lugar en el siglo XII. Lo más sobresaliente del cuadro es cómo consigue transmitir al espectador la serenidad que domina en aquel grandioso paraje natural.
También está muy bien conseguida la sensación de profundidad y la tenue luminosidad ambiental, propia de los cortos periodos diurnos invernales en los países nórdicos, en que el sol, aparte de alcanzar poca altura discurre unas pocas horas por encima del horizonte.
La erupción del Vesubio de diciembre de 1820
Uno de los viajes casi obligados de los pintores del norte y centro de Europa era Italia, para perfeccionar su técnica pictórica y de composición inspirados en los grandes maestros italianos. Dahl aprovechó uno de esos viajes para visitar el Vesubio y presenciar una erupción en el famoso volcán en diciembre de 1820, justo antes de las navidades. Las fuerzas desatadas de la naturaleza fueron un motivo inspirador para los artistas románticos.
Impresionado al ver de cerca ese espectáculo natural, efectuó varios bocetos de la erupción. Entre 1820 y 1826 pintó una docena larga de obras que tienen al Vesubio como protagonista. La que acompaña estas líneas la elaboró a partir de un boceto al óleo que pintó al natural. El cuadro lo ejecutó en 1824, cuatro años después de presenciar la erupción, y su destinatario fue el príncipe danés Christian Frederik, quien terminaría siendo el rey Christian VIII de Dinamarca.